Hacia finales del siglo V a.C., un grupo de maestros itinerantes llamados sofistas alcanzó un gran
renombre en toda Grecia. Los sofistas tuvieron un papel importante en la evolución de las
ciudades-estado griegas desde unas monarquías agrarias hasta su consolidación como
democracias comerciales. Conforme crecieron la industria y el comercio helénicos, una nueva
clase de ricos comerciantes, poderosos en el ámbito económico, empezó a controlar el poder
político. Careciendo de la educación de los aristócratas, quisieron prepararse para la política y el
comercio pagando a los sofistas a cambio de enseñanzas en el arte de hablar en público, el razonamiento legal y la cultura general. A pesar de que lo mejor de los sofistas contribuyó
enormemente al pensamiento griego, el grupo en su conjunto adquirió una reputación de falaz,
hipócrita y demagogo. De ahí que la palabra sofisma represente esas deficiencias morales. La
famosa máxima de Protágoras, uno de los sofistas más importantes, “el hombre es la medida de
todas las cosas”, es representativa de la actitud filosófica de esta escuela. Sus componentes
mantenían que los individuos tienen el derecho de juzgar por sí mismos todos los asuntos;
negaban la existencia de un conocimiento objetivo en el que se supone que todo el mundo debe
creer, mantuvieron que la ciencia natural y la teología tienen poco o ningún valor porque carecen
de relevancia en la vida diaria, y declararon que las reglas éticas sólo tenían que asumirse cuando
conviene al propio interés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario