En respuesta al escepticismo de Hume, que según sus palabras “lo despertó de su sueño
dogmático”, el filósofo alemán Immanuel Kant construyó un amplio sistema de filosofía que se sitúa
entre los mayores logros intelectuales de la cultura occidental. Kant combinó el principio empirista
de que todo conocimiento tiene su fuente en la experiencia con la creencia racionalista en el
conocimiento conseguido por la deducción. Sugirió que, aunque el contenido de la experiencia ha
de ser descubierto a través de la propia experiencia, la mente impone forma y orden en todas sus
experiencias y esta forma y orden pueden ser descubiertos a priori, es decir, mediante la reflexión.
Su afirmación de que causalidad, sustancia, espacio y tiempo, formas de la intuición pura, son
modelos impuestos por la mente en función de su experiencia dio soporte al idealismo heredado de
Leibniz y Berkeley, pero su filosofía también constituyó una crítica al idealismo al estar de acuerdo
con la afirmación empirista de que las cosas en sí mismas —es decir, las cosas tal y como existen
fuera de la experiencia humana— constituyen la “cosa en sí” (noumeno incognoscible). Por lo tanto
Kant limitó el conocimiento al “mundo de los fenómenos” de la experiencia, manteniendo que las
creencias sobre el alma, el cosmos y Dios (el “mundo de los nombres” que transcienden la
experiencia humana) son asuntos de fe antes que resultar propios del conocimiento científico. En
sus escritos sobre ética, mantuvo que los principios morales son imperativos categóricos, que para
él significaban mandatos absolutos de la razón que no admiten excepciones y nada tienen que ver
con el placer o el beneficio práctico. En sus ideas religiosas, que tuvieron un efecto profundo en la
teología protestante, hizo hincapié en la conciencia individual y describió a Dios sobre todo como
un ideal ético. En el pensamiento político y social, Kant fue una figura de primer orden del
movimiento en favor de la razón y la libertad contra la tradición y la autoridad. Sus principales obras
corresponden a la denominada fase crítica de su pensamiento, especialmente Crítica de la razón
pura (1781), Crítica de la razón práctica (1788) y Crítica del juicio (1790). En Francia la actividad
intelectual culminó en el periodo conocido con el nombre de Ilustración que impulsó los cambios
sociales que produjeron la Revolución Francesa. Entre los mayores pensadores de esa época se
encuentran Voltaire, quien (al ampliar la tradición de deísmo iniciada por Locke y otros pensadores
liberales) redujo las creencias religiosas a aquello que puede ser justificado mediante la inferencia
racional a partir del estudio de la naturaleza; Jean-Jacques Rousseau, que criticó la civilización
como una corrupción de la naturaleza humana en un hombre bueno en su origen y que desarrolló
la doctrina de Hobbes de que el Estado se basa en un contrato social con sus ciudadanos y
representa la voluntad popular; y Denis Diderot, quien con Jean le Rond d’Alembert elaboró la
famosa Enciclopedia, a la que contribuyeron numerosos científicos.
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