El espíritu filosófico más poderoso del siglo XIX fue el del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich
Hegel, cuyo sistema de idealismo absoluto —aunque con muchas influencias de Kant y Schelling—
se basó en una nueva concepción de la lógica en la que conflicto y contradicción son considerados
como elementos necesarios de la verdad, y ésta es contemplada como un proceso antes que como
un estado fijo e inmutable de las cosas. La fuente de toda realidad, para Hegel, es un espíritu
absoluto (o razón cósmica) que evoluciona desde una existencia abstracta e indiferenciada hacia
una realidad más concreta a través de un proceso dialéctico que consiste en etapas triádicas; cada
tríada se compone en primer lugar de un punto inicial (o tesis), en segundo lugar, de su opuesto (o
antítesis), y en tercer lugar, de un punto superior o síntesis, donde se funden los dos opuestos. De
acuerdo con esta idea, la historia se halla regida por leyes lógicas, de tal forma que “todo lo que es
real es racional, y todo lo que es racional es real”. Las ideas históricas posteriores son
cumplimientos más completos del espíritu absoluto cuyo punto más alto de autorrealización se
encuentra en el Estado nacional de la monarquía de Federico Guillermo IV y en la filosofía. Hegel
impulsó un mayor interés por la historia al representarla como una penetración en la realidad más
profunda que las ciencias naturales. Su concepción del Estado nacional como la encarnación más
alta del espíritu absoluto se interpretó durante un tiempo como la fuente principal de las modernas
ideologías autoritarias, aunque él mismo se declaró partidario de la existencia de un amplio grado
de libertad individual reconocido por el poder político. Hegel expuso lo fundamental de su sistema
filosófico en Fenomenología del espíritu (1807).
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