Sartre nos ofrece una versión francesa de la doctrina de
Heidegger y define el existencialismo como "un intento de extraer todas las consecuencias de una
posición atea coherente". Fue el primero en dar al término existencialismo un uso masivo al
utilizarlo para identificar su propia filosofía y ser el representante de un movimiento diferente en
Francia, que fue influyente a escala internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Su
filosofía es atea y pesimista de una forma explícita, declaró que los seres humanos necesitan una
base racional para sus vidas pero son incapaces de conseguirla y, por ello, la existencia de los
hombres es "pasión inútil". No obstante, insiste en que el existencialismo es una forma de
humanismo y resalta la libertad, la elección y la responsabilidad humana. Con un gran refinamiento
literario intenta reconciliar esos conceptos existencialistas con un análisis marxista de la sociedad y
de la historia. Sartre hace una distinción en el campo ontológico entre el "en sí" y el "para sí", lo
que permite hacer una diferenciación entre el hombre y el mundo. El "en sí" viene a ser lo que es y
carece de toda relación, es una masa indiferenciada, una entidad opacada y compacta. Es el
mismo mundo. El "para sí" viene a ser el hombre, la conciencia, y ésta está en el mundo, en el ser
en sí pero totalmente es diferente a él. El para sí es totalmente libre y está condenado a
permanecer en la condición de libertad.
A Sartre le llama la atención los conflictos y vicisitudes donde se pueden destacar los rasgos de la
naturaleza humana; estos tipos de vida son los de la homosexualidad, la drogadicción, los
condenados a la pena de muerte, entre otros. Ve al hombre como un proyecto que se vive
subjetivamente y nada existe previo a dicho proyecto, afirma que no hay valores ni eternos ni fijos;
no hay normas establecidas de una vez para siempre, sino que el hombre debe regirlas de acuerdo
con sus convicciones personales. Para él, son absurdos y contradictorios los conceptos de Dios y
de Creación, al igual que el ser en sí y el ser para sí son radicalmente distintos y no tienen ninguna
vinculación. Dios, según él, no existe y por tanto las cosas del mundo son contingentes, y ningún
valor es superior a otro; así las cosas carecen de sentido y de fundamento y lo que el hombre hace
por encontrarles sentido es algo en vano, pues el hombre es "una pasión inútil". En cuanto al
sentido de la libertad en Sartre, el hombre está condenado a ser libre: "el hombre es ahora
absolutamente libre. Pero esta libertad no es un don, sino que el hombre se halla condenado a ella,
condenado porque para que la libertad sea plena libertad, no puede haber nada enfrentado
normativamente al hombre, ni fe en Dios, ni verdades, ni valores". El hombre está solitario y sin
acercamiento en un mundo hostil, sin otra salida que a sí mismo, su propio proyecto. "Si suelo trata
él (el ser para sí) de evocar un suelo del "sin suelo", viviéndose en peligro de hundirse realmente
en la nada". Sartre es nihilista y ateo radical. La nada de Heidegger es juntamente ser, y por eso
también es suelo y plenitud, y no excluye la teología, aunque no la incluya positivamente.
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