Hacia 1592 llegaron los primeros jesuitas a Santa Cruz, capital de la Gobernación del
mismo nombre. A mediados del siglo XVII los religiosos de Loyola se hacían cargo de las misiones
de Moxos y a fines del mismo siglo, de la Provincia de Chiquitos.
Entre 1691 y 1760 los jesuitas fundaron diez reducciones en tierras chiquitanas. Con la experiencia obtenida en otras latitudes de América, estos religiosos organizaron, al igual que en el Orinoco, el Meta, Maynas, Paraguay y Moxos, una especie de república de misiones dentro del Imperio español y sujeta a la Corona.
La vida en la misión estaba meticulosamente programada. Todo giraba en torno a la incorporación de los indígenas a una nueva realidad: tanto en el aspecto religioso, mediante una catequesis constante y sostenida, como en muchos otros aspectos de la cultura occidental, ya en lo técnico ya en lo humanístico. Esta eficiente organización, tanto en lo material como en lo espiritual, llevó a un notable florecimiento económico. El proceso de aculturación se efectuó tanto a nivel individual como de grupo: de ahí su rapidez y eficacia.
Aunque la expulsión de la Compañía de Jesús se realizó en 1767, la magnífica cultura mestiza que había surgido entre la indígena y la europea a través de los misioneros, quedará y permanecerá hasta nuestros días. Los magníficos templos que se levantan en cada uno de estos pueblos siguen cumpliendo el fin para el que fueron levantados; el trazado urbano, aunque notablemente desfigurado por el paso del tiempo y el “progreso”, todavía puede ser rastreado; el folklore, que fue enriquecido por el contacto con la cultura occidental, sigue siendo de gran atractivo; la habilidad artística del chiquitano se sigue manifestando ya en el tallado de la madera, ya en la música, ya en el tejido.
Las antiguas misiones jesuíticas de Chiquitos han llegado hasta nuestros días como pueblos vivos.
Pueblos con un rico pasado, con personalidad propia y, como tales, quieren ocupar su lugar en el
mundo actual.
Entre 1691 y 1760 los jesuitas fundaron diez reducciones en tierras chiquitanas. Con la experiencia obtenida en otras latitudes de América, estos religiosos organizaron, al igual que en el Orinoco, el Meta, Maynas, Paraguay y Moxos, una especie de república de misiones dentro del Imperio español y sujeta a la Corona.
La vida en la misión estaba meticulosamente programada. Todo giraba en torno a la incorporación de los indígenas a una nueva realidad: tanto en el aspecto religioso, mediante una catequesis constante y sostenida, como en muchos otros aspectos de la cultura occidental, ya en lo técnico ya en lo humanístico. Esta eficiente organización, tanto en lo material como en lo espiritual, llevó a un notable florecimiento económico. El proceso de aculturación se efectuó tanto a nivel individual como de grupo: de ahí su rapidez y eficacia.
Aunque la expulsión de la Compañía de Jesús se realizó en 1767, la magnífica cultura mestiza que había surgido entre la indígena y la europea a través de los misioneros, quedará y permanecerá hasta nuestros días. Los magníficos templos que se levantan en cada uno de estos pueblos siguen cumpliendo el fin para el que fueron levantados; el trazado urbano, aunque notablemente desfigurado por el paso del tiempo y el “progreso”, todavía puede ser rastreado; el folklore, que fue enriquecido por el contacto con la cultura occidental, sigue siendo de gran atractivo; la habilidad artística del chiquitano se sigue manifestando ya en el tallado de la madera, ya en la música, ya en el tejido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario